jueves, agosto 12, 2010

· Oda al gato

Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.



El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.


No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.







Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.

PABLO NERUDA

viernes, marzo 05, 2010

· Poema Nº 1

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! –y en esto soy irreductible-, no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue –y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡Maria Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes… la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.



El libro Espantapájaros (1932) OLIVERIO GIRONDO

martes, enero 19, 2010

· Sefarad (N)

   A veces, en el curso de un viaje, se escuchan y se cuentan historias de viajes. Parece que al partir el recuerdo de viajes anteriores se vuelve más vivo, y también que uno escucha y agradece más las historias que le cuentan, paréntesis de valiosas palabras en el interior del otro paréntesis temporal del viaje. Quien viaja puede permanecer en un silencio que será misterioso para los desconocidos que se fijen en él o ceder sin peligro a la tentación de conversar y de volverse embustero, de mejorar un episodio de su vida al contárselo a alguien a quien no verá nunca más. No creo que sea verdad eso que dicen, que al viajar uno pueda convertirse en otro: lo que sucede es que uno se aligera de sí mismo, de sus obligaciones y de su pasado, igual que reduce todo lo que posee a las pocas cosas necesarias para su equipaje. La parte más onerosa de nuestra personalidad se sostiene sobre los que otros saben o piensan sobre nosotros. Nos miran y sabemos que saben, y en silencio nos fuerzan a ser lo que esperan que seamos, a actuar en cumplimiento de ciertos hábitos nuestros que nuestros actos anteriores han establecido, o de sospechas que nosotros no tenemos consciencia de haber despertado. Nos miran y no sabemos a quién pueden estar viendo en nosotros. Para quien se encuentra contigo en el tren de un país extranjero no eres más que un desconocido que sólo existe circunscrito al presente. Una mujer y un hombre se miran con una punzada de intriga y deseo al acomodarse el uno frente al otro en un tren: en ese momento están tan despojados de nombre como Adán y Eva al mirarse por primera vez en el Edén. Un hombre flaco y serio, de pelo corto y muy negro, de ojos grandes y oscuros, sube al tren en la estación de Praga y tal vez procura no cruzar su mirada con la de los otros pasajeros que van entrando en el mismo vagón, algunos de los cuales lo examina con recelo y decide que debe de ser judío. Tiene las manos largas y pálidas, lee un libro o se queda ausente mirando por la ventanilla, de vez en cuando sufre un golpe de tos seca y se cubre la boca con un pañuelo blanco que desliza luego casi furtivamente en un bolsillo. Cuando el tren se acerca a la frontera recién inventada entre Checoslovaquia y Austria el hombre guarda el libro y busca con cierto nerviosismo sus documentos, y al llegar a la estación de Gmünd se asoma enseguida al andén, como esperando ver a alguien en la solitaria oscuridad de esa hora de la noche.

   Nadie sabe quién es. Si viajas solo en un tren o caminas por una calle de una ciudad en la que nadie te conoce no eres nadie: nadie puede averiguar tu angustia, ni el motivo de tu nerviosismo mientras aguardas en el café de la estación, aunque tal vez sí el nombre de tu enfermedad, cuando observan tu palidez y escuchan el ruido de tus bronquios, cuando advierten el disimulo con que vuelves a guardar el pañuelo con el que te has tapado la boca. Pero al viajar siento que no peso, que me vuelvo invisible, que no soy nadie y puedo ser cualquiera, y esa ligereza de espíritu se trasluce en los movimientos de mi cuerpo, y voy más rápido, más desenvuelto, sin la pesadumbre de todo lo que soy, con los ojos abiertos a las incitaciones de una ciudad o de un paisaje, de una lengua que disfruto comprendiendo y hablando, ahora más hermosa porque no es la mía. Habla Montaigne de un presuntuoso que ha vuelto de un viaje sin aprender nada: cómo iba a aprender, dice, si se llevó entero consigo.

   Pero no necesito ir muy lejos para que me suceda esa transformación. A veces, en cuanto salgo de casa y doblo la primera esquina o bajo los escalones del metro, dejo atrás lo que soy, y me aturde y me excita el gran espacio en blanco en el que se convierte mi vida, sobre el que parece que van a imprimirse con más brillo y más nitidez las sensaciones, los lugares, las caras de la gente, las historias que escuche.













Copenhague, Sefarad, ANTONIO MUÑOZ MOLINA

martes, marzo 24, 2009

· Instrucciones para dar cuerda al reloj


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR


lunes, marzo 02, 2009

Soy el albatros que te espera (p)

Soy el Albatros que te espera
en el final del mundo
Soy el alma olvidada de los marineros muertos
que cruzaron el Cabo de Hornos
desde todos los mares de la tierra
Pero ellos no murieron
en las furiosas olas,
hoy vuelan en mis alas,
hacia la eternidad,
en la última grieta
de los vientos antárticos

SARA VIAL
Dic - 1992
Monumento a los marinos muertos en las aguas del fin del mundo,
CABO DE HORNOS , CHILE

martes, febrero 24, 2009

· Y eres como un pretexto para que yo medite (p)

Y eres como un pretexto para que yo medite
y yo soy un pretexto de pena que te infieres,
y en medio esa tristeza de hombres y de mujeres
que es casi todo cuanto la vida nos permite;

pero tú y yo sabemos que cuando el mar se irrite,
de toda esta comedia poblada de alfileres
quedará la leyenda pequeña de dos seres
que se amaron, aunque ello jamás nos resucite;

ahora estamos logrando la imperfección, mañana
seremos el perfecto sollozo planetario,
el no ser y el no amar y el no temer, hermana;

vivir es componer una música muerta,
pero llevarle flores, rezarle así, a diario,
quizá equivalga a oírla, como si fuera cierta.


FÉLIX GRANDE

domingo, enero 11, 2009

· Respuestas sin pregunta (p)

Porque yo no sé vivir sin dar la cara
a la cruz del porvenir y del pasado.
Porque aún me faltan muchos años para
ser un ser humano como está mandado.

Porque no me plegaré ante las plegarias
de los falsos, de los que se creen normales.
Porque no vivo ‘inter pares’, sino parias,
desalmados, adiestrados, subnormales.

Porque no permito que las pistas falsas
me despisten de llegar al objetivo.
Porque no rehuyo apoquinar las tasas
que me impongan por usar un adjetivo.

Porque no les cederé jamás el paso
a quienes van galopando por la vida.
Porque escribo un diccionario del fracaso
para gente triunfadora arrepentida.

Porque yo no quiero ser el as de copas
babeante de las noches de parranda.
Porque no me vestiré jamás con ropas
que me arropen al estilo que Dios manda.

Porque yo, entre vencedores y vencidos,
siempre escojo a quien causó menos heridas.
Porque vivo de recuerdos y de olvidos
y no muero por morir en siete vidas.

Porque llevo a mi diablo de la guarda
protegiendo de la muerte a mis talones.
Porque lucho por vencer a la bastarda
memoria de quienes lucen los galones.

Porque no pienso votar a los que botan
las pelotas que les hacen los de abajo.
Porque estoy del lado de los que alborotan
con campanas silenciosas sin badajo.

Porque aún sigo la estela del cometa
que me lleve a la República Alegría.
Porque no se cansará nunca el poeta
de decir que hoy es siempre todavía.

MANUEL TIRADO MARÍN / 29.12.08 Voz Emérita

domingo, agosto 17, 2008

· Ferrocarril de Matallana (p)

A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.
Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca…Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.

2003, ANTONIO GAMONEDA















Ferrocarril de Matallana



A las ocho del día en febrero
aún es de noche.

Subimos a este tren algunos hombres
por motivos diversos.

Aún no hay luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.

No nos vemos los rostros pero sentimos
la compañía y el silencio.

En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
El tren arranca. Todo vuelve
a su antiguo sentido.

Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.

Y ahora empezaremos a mirarnos
como hombres distintos:
amaríamos a éste, pero a aquél
nunca le amaríamos.

Sin embargo, la luz debiera ser
quien nos hiciese amigos.

Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes.

Se ve algo que une
más que la sangre y la amistad.

Es una cosa del cuerpo y del alma.

Es grande y dolorosa.
Pero se está haciendo de día.
Ahora ya se puede ver la tierra
oscura bajo el hielo. Es
hermosa la tierra en febrero.
Vemos los montes todavía en sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja sepultada en escarcha
y, sobre lomas, las tierras de trabajo:
cada surco endurecido por el río
como la resistencia de los pobres.

Rectos y oscuros, los chopos
llenan de serenidad las riberas
y, cerca de ellos, bajo el pueblo, el río
desciende azul y lleno de soledad.

Cruzan los pueblos de sonido humilde
—Pardavé, Pedrún, Matueca—;
las casas montan las paredes tristes
sobre el espacio de las huertas;
vemos las calles en silencio, vemos
la iglesia muda y las cerradas puertas.
Esto es un pueblo; se construye a base
de paciencia y tierra.

Cuando bajo del tren, siento frío
en medio de tanta verdad,
y ya entiendo, sin pensar, muchas cosas.
Comprendo, por ejemplo,
la belleza de España.

España es también una tierra,
pero una tierra sólo no es un país;
un país es la tierra y sus hombres.
Y un país sólo no es una patria;
una patria es, amigos, un país con justicia.

ANTONIO GAMONEDA 1960

lunes, julio 14, 2008

· Donde fuiste feliz alguna vez (p)

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantando
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.

Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su victima
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño... su dueño... su dueño...

FÉLIX GRANDE


· Desolation Row (c)



They're selling postcards of the hanging
They're painting the passports brown
The beauty parlor is filled with sailors
The circus is in town
Here comes the blind commissioner
They've got him in a trance
One hand is tied to the tight-rope walker
The other is in his pants
And the riot squad they're restless
They need somewhere to go
As Lady and I look out tonight
From Desolation Row.

Cinderella, she seems so easy
"It takes one to know one," she smiles
And puts her hands in her back pockets
Bette Davis style
And in comes Romeo, he's moaning
"You belong to Me I Believe"
And someone says, "You're in the
wrong place, my friend
You better leave"
And the only sound that's left
After the ambulances go
Is Cinderella sweeping up
On Desolation Row.

Now the moon is almost hidden
The stars are beginning to hide
The fortunetelling lady
Has even taken all her things inside
All except for Cain and Abel
And the hunchback of Notre Dame
Everybody is making love
Or else expecting rain
And the Good Samaritan, he's dressing
He's getting ready for the show
He's going to the carnival tonight
On Desolation Row.

Now Ophelia, she's 'neath the window
For her I feel so afraid
On her twenty-second birthday
She already is an old maid
To her, death is quite romantic
She wears an iron vest
Her profession's her religion
Her sin is her lifelessness
And though her eyes are fixed upon
Noah's great rainbow
She spends her time peeking
Into Desolation Row.

Einstein, disguised as Robin Hood
With his memories in a trunk
Passed this way an hour ago
With his friend, a jealous monk
He looked so immaculately frightful
As he bummed a cigarette
Then he went off sniffing drainpipes
And reciting the alphabet
You would not think to look at him
But he was famous long ago
For playing the electric violin
On Desolation Row.

Dr. Filth, he keeps his world
Inside of a leather cup
But all his sexless patients
They're trying to blow it up
Now his nurse, some local loser
She's in charge of the cyanide hole
And she also keeps the cards that read
"Have Mercy on His Soul"
They all play on penny whistles
You can hear them blow
If you lean your head out far enough
From Desolation Row.



Across the street they've
nailed the curtains
They're getting ready for the feast
The Phantom of the Opera
In a perfect image of a priest
They're spoonfeeding Casanova
To get him to feel more assured
Then they'll kill him with self-confidence
After poisoning him with words
And the Phantom's shouting to skinny girls
"Get outa here if you don't know"
Casanova is just being punished for going
To Desolation Row.

At midnight all the agents
And the superhuman crew
Come out and round up everyone
That knows more than they do
Then they bring them to the factory
Where the heart-attack machine
Is strapped across their shoulders
And then the kerosene
Is brought down from the castles
By insurance men who go
Check to see that nobody is escaping
To Desolation Row.

They be to Nero's Neptune
The Titanic sails at dawn
Everybody's shouting
"Which side are you on ?"
And Ezra Pound and T. S. Eliot
Fighting in the captain's tower
While calypso singers laugh at them
And fishermen hold flowers
Between the windows of the sea
Where lovely mermaids flow
And nobody has to think too much
About Desolation Row.

Yes, I received your letter yesterday
About the time the door knob broke
When you asked me how I was doing
Was that some kind of joke ?
All these people that you mention
Yes, I know them, they're quite lame
I had to rearrange their faces
And give them all another name
Right now I can't read too good
Dont send me no more letters no
Not unless you mail them
From Desolation Row.

BOB DYLAN, 1965

martes, marzo 18, 2008

· La pantera (p)

Su mirada está del paso de las rejas
tan cansada, que no retiene ya objeto alguno.
Para ella, es como si mil rejas hubiera
y detrás de las mil rejas ningún mundo.

La marcha muelle de trancos dúctiles y recios
girando de un ínfimo círculo en la nada
es como una danza de fuerza en torno a un centro,
en que se yergue una voluntad narcotizada.

Sólo a veces, permite en silencio la apertura
a la pupila el velo. - E ingresa una figura:
por la tensa calma de los miembros va a correr,
para en el corazón cesar, luego, de ser.


RAINER MARIA RILKE, 1902




El poema original, Der Panther (alemán)





domingo, febrero 24, 2008

· El descanso del guerrero (p)


Los muertos están cada día más indóciles.
Antes era fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro una flor
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria
que las sombras notables
que el mármol monstruoso.
El cadáver firmaba en pos de la memoria:
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.
Pero qué va
los muertos
son otros desde entonces.
Hoy se ponen irónicos
preguntan.
¡Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más mayoría!


ROQUE DALTON GARCÍA


Fotografía:
Joaquín Pla Janini

lunes, abril 16, 2007

· Bandoleros de cuatro patas

Salió el otro día en la tele: un aprisco de ovejas tras la incursión nocturna de una jauría de perros asilvestrados. Impresionaba el desconcierto desolado de los pastores junto a los pobres animales muertos o moribundos, acurrucados con el cuello deshecho, la carne viva y ensangrentada, aún palpitante, al descubierto. Como si en vez de perros se hubiera colado en el corral, por la noche, un grupo de carniceros serbios. Llegaron en la oscuridad, contaba uno de los pastores, excavando con astucia bajo la valla metálica, y se lanzaron a la matanza con evidentes ganas de hacer daño. Por las huellas eran siete u ocho, y dos de ellos fueron acorralados y capturados por la Guardia Civil en el monte cercano, todavía con sangre en el hocico. La cámara los mostraba atados y encerrados en un patio. Uno era grande, amastinado, de mandíbulas poderosas, y alzaba la cabeza con firmeza y desafío, como diciendo «lo haría otra vez en cuanto me soltarais». El otro era un tiñalpilla menudo, paticorto, de ojos grandes y oscuros, que miraba a la cámara con el aire arrepentido y lastimero de un Lute de cuatro patas; al estilo de esos delincuentes que, al pillarlos con las manos en la masa, dicen que roban o matan porque tienen hambre y la sociedad los hizo como son. El destino de ambos reclusos estaba claro: pruebas veterinarias y sacrificio. No pude evitar asociarlos con una pareja de presidiarios convictos en el corredor de la muerte, el duro que mantiene el tipo, y el tímido y asustado que, hasta el final, intenta convencernos de que es inocente. Supongo que a la hora de teclear estas líneas ya estarán muertos. Me quedó algo de esos perros, sin embargo. Una sensación extraña, incómoda, que me lleva a hablar hoy de ellos. En primer lugar, porque la muerte de ciertos seres humanos me tiene a veces sin cuidado; pero la de un perro no me deja nunca indiferente. Siempre sostuve que esos animales son mejores que las personas, y que cuando uno de nosotros desaparece del mapa, el mundo no pierde gran cosa; a veces, incluso, se libera de un verdugo o de un imbécil. Pero cada vez que muere un buen perro, todo se vuelve más desleal y sombrío. Lo de buenos o malos perros también es relativo. La mayor parte de las veces, lo que separa a uno heroico y bondadoso de otro majara, o asesino, no es más que la confusa y compleja línea que separa a un amo normal de un hijo de la gran puta. Porque los perros son, casi siempre, como los humanos los hacemos. En eso pienso ahora, con el mastín tipo duro y el chusquelillo de ojos melancólicos nítidos en el recuerdo. No es la primera vez que perros asilvestrados salen en los periódicos o en el telediario. Y siempre me quedo pensando mucho rato en esas jaurías espontáneas, formadas por chuchos supervivientes de las cunetas y las autopistas, que tras verse abandonados por sus amos sobreviven al calor, a la sed, al hambre, a la soledad; y lamiendo sus llagas terminan juntándose, para su fortuna, con otros hermanos de exilio, con otros proscritos que, igual que ellos, pasaron de ser cachorrillos mimados un día de Reyes a presencia molesta en casa de amos irresponsables, para terminar siendo abandonados a su suerte en un mundo difícil para el que nadie los había preparado. Un territorio hostil que ni conocían ni imaginaban. Por eso, para calmar la tristeza que me produce ese pensamiento y no conmoverme demasiado, prefiero creer que esos perros que, precisos y letales, atacaron el aprisco con objeto de comer un poco y matar mucho, poseen inteligencia suficiente para saber lo que hacían. No quiero pensar en accidente, o azar. Prefiero imaginarlo todo como venganza de un grupo salvaje, de una jauría asesina formada por los que en otro tiempo fueron tiernos cachorros, y ahora, maltratados, abandonados, proscritos por dueños que les dieron un cruel amago de felicidad antes de sumirlos en el estupor y la soledad, atacan y matan sin piedad, por ansia de revancha, por simple sed de sangre, aunque el precio sea acabar luego como los dos colegas del telediario, el mastín y el paticorto, en manos de la Guardia Civil. Que tampoco es mal final, por cierto, después de haber visto arder naves más allá de Orión y todo eso, corriendo libres por los campos, cazando, matando y lo que se tercie –supongo que también habrá perras guapas en esas jaurías–. Ajustando cuentas, en fin, como una partida de bandoleros sin ley ni amo, devueltos a la barbarie, echados al monte por la injusticia y la estúpida maldad de los hombres.

ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 1 de abril de 2007

sábado, enero 27, 2007

· Nadie dijo que fuera fácil (a)

Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.

Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.

Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.

El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.

Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.





ARTURO PÉREZ-REVERTE
XLSemanal
21 de enero de 2007

sábado, enero 13, 2007

· Al Rey Óscar (p)








Le Rois de Suède et de Norvège, après avoir vi- sité Saint-Jean-de-Luz s'est rendu à Hendaye et à Fonterrabie. En arrivant sur le sol espagnol, il a crié: «Vive l'Espagne!» Le Figaro, mars 1899.







Así, sire, en el aire de la Francia nos llega
la paloma de plata de Suecia y de Noruega,
que trae en vez de olivo una rosa de fuego.

Un búcaro latino, un noble vaso griego
recibirá el regalo del país de la nieve.
Que a los reinos boreales el patrio viento lleve
otra rosa de sangre y de luz españolas;
pues sobre la sublime hermandad de las olas,
al brotar tu palabra, un saludo le envía
al sol de media noche el sol de Mediodía.

Si Segismundo siente pesar, Hamlet se inquieta.
El Norte ama las palmas; y se junta el poeta
del fiord con el del carmen, porque el mismo oriflama
es de azur. Su divina cornucopia derrama
sobre el polo y el trópico la Paz; y el orbe gira
en un ritmo uniforme por una propia lira:
el Amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna,
cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna,
y la musa de Bécquer del ensueño es esclava
bajo un celeste palio de luz escandinava.

Sire de ojos azules, gracias: por los laureles
de cien bravos vestidos de honor; por los claveles
de la tierra andaluza y la Alhambra del moro;
por la sangre solar de una raza de oro;
por la arrnadura antigua y el yelmo de la gesta;
por las lanzas que fueron una vasta floresta
de gloria y que pasaron Pirineos y Andes;
por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes;
por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña
y Velázquez que pinta y Cortés que domeña;
por el país sagrado en que Herakles afianza
sus macizas columnas de fuerza y esperanza,
mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa
que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga;
por el león simbólico y la Cruz, gracias, sire.

¡Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
mientras la onda cordial aliente un ensueño,
mientras haya una viva pasión, un noble empeño,
un buscado imposible, una imposible hazaña,
una América oculta que hallar, vivirá España!

¡Y pues tras la tormenta vienes de peregrino
real, a la morada que entristeció el destino,
la morada que viste luto su puerta abra
al púrpureo y ardiente vibrar de tu palabra:
y que sonría, oh rey Óscar, por un instante;
y tiemble en la flor áurea el más puro brillante
para quien sobre brillos de corona y de nombre,
con labios de monarca lanza un grito de hombre!

RUBÉN DARÍO