viernes, octubre 13, 2006

· Rainbow Warrior (a)

 Greenpeace

En 1971, motivados por su visión de un mundo verde y pacífico,
una docena de jóvenes alquiló un pequeño y frágil barco pesquero,
el Phyllis Cormack. Zarparon de Vancouver, Canadá, rumbo a la isla
de Amchitka, en Alaska, donde Estados Unidos planeaba realizar un
ensayo nuclear. La idea era introducirse al área de la detonación,
como "testigos", en protesta pacífica contra esta clase de pruebas.
Ellos creían que como individuos podían hacer una diferencia...y la hicieron.

Ellos son los fundadores de Greenpeace.

Decidieron nombrar al barco "Rainbow Warrior" (Guerrero del Arcoiris), inspirados en una profecía de la tribu norteamericana Cree que dice:

Llegará un tiempo en el que la Tierra enferme y cuando así pase, los indígenas recobrarán su espíritu y reunirán a personas de todas las naciones, colores y creencias, ellos creerán en los actos y no en las palabras. Ellos trabajarán para sanar la Tierra... ellos serán conocidos como los "Guerreros del Arcoiris"

Artículo

domingo, septiembre 03, 2006

· Curriculum

El cuento es muy sencillo
usted nace
contempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
el torpe escarabajo
que su zapato aplastara
valiente
usted sufre
reclama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica
usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros
usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es ésto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío
entonces
usted muere
MARIO BENEDETTI

martes, junio 06, 2006

· El bardo inmortal

—Oh, sí —dijo el doctor Phineas Welch—, puedo invocar los espíritus de los muertos ilustres.

Estaba un poco ebrio, de lo contrario no lo habría dicho. Pero no estaba mal embriagarse un poco en la fiesta anual de Navidad.

Scott Robertson, el joven profesor de literatura, se ajustó las gafas y miró a derecha e izquierda para cerciorarse de que nadie oyera.

—Vamos, doctor Welch.

—Hablo en serio. Y no sólo los espíritus. También invoco los cuerpos.

—No lo hubiera creído posible —dijo Robertson con tono ampuloso.

—¿Por qué no? Es una simple cuestión de transferencia personal.

—¿Se refiere al viaje por el tiempo? Pero eso es bastante..., esto..., insólito.

—No sé si sabe cómo.

—Bien, ¿y cómo, doctor Welch?

—¿Cree que voy a contárselo? —preguntó muy serio el físico. Buscó con la vista otra bebida y no vio ninguna— He invocado a varios. Arquímedes, Newton, Galileo. Pobres diablos.

—¿No les gustó nuestra época? Pensé que estarían fascinados por la ciencia moderna —comentó Robertson, que empezaba a disfrutar de la conversación.

—Oh, lo estaban. Claro que sí. Especialmente Arquímedes. Pensé que enloquecería de alegría cuando se lo explicara por encima en el escaso griego que sé, pero no..., no...

—¿Cuál fue el problema?

—Una cultura distinta. No se podían habituar a nuestro modo de vida. Sentían mucho miedo y soledad. Tuve que enviarlos de vuelta.

—Qué pena.

—Sí. Grandes mentes, pero no mentes flexibles. No eran universales. Así que probé con Shakespeare.

—¿Qué? —aulló Robertson, pues eso se aproximaba más a su especialidad.

—No grite, jovencito —le reconvino Welch—. Es de mala educación.

—¿Dice usted que invocó a Shakespeare?

—Así es. Necesitaba a alguien con una mente universal, alguien que conociera tanto a la gente como para convivir con ella siglos después de su propia época. Shakespeare era el hombre indicado. Tengo su autógrafo. Como recuerdo, ya me entiende.

—¿Aquí? —preguntó Robertson, con los ojos desorbitados.

—Aquí mismo —Welch hurgó en los bolsillos del chaleco—. Ah, aquí está.

Le dio un trozo de cartón al profesor. En un lado decía: "L. Klein e hijos, ferretería mayorista". En el otro estaba garrapateado: "William Shakespeare."

Robertson tuvo una sospecha.

—¿Qué aspecto tenía?

—No era como los retratos. Calvo y feo con bigote. Hablaba con acento tosco. Desde luego, hice lo posible para congraciarlo con nuestra época. Le dije que valorábamos mucho sus obras y que aún se representaban en los teatros. Mas aún, que las considerábamos las más importantes obras literarias en lengua inglesa, tal vez de cualquier idioma.

—Bien, bien —dijo Robertson, asombrado.

—Le conté que la gente había escrito volúmenes enteros sobre sus obras. Naturalmente, quiso ver uno y lo saqué de la biblioteca.

—¿Y?

—Oh, estaba fascinado. Claro que tenía inconvenientes con los giros actuales y las referencias históricas de 1600, pero yo le ayudé. Pobre diablo. Creo que no esperaba semejante tratamiento. No paraba de decir: "¡Pardiez! ¿Qué no se puede sonsacar a las palabras en cinco siglos? ¡Se podría lograr una inundación con aguas estancadas!".

—Él no diría eso.

—¿Por qué no? Escribía sus obras con la mayor celeridad posible. Me explicó que tenía que hacerlo para cumplir con los plazos. Escribió Hamlet en menos de seis meses. La trama era vieja. Él se limitó a pulirla un poco.

—Eso es lo que se hace con el espejo de un telescopio —replicó indignado el profesor de literatura—. Sólo lo pulen un poco.

El físico no le prestó atención. Divisó un cóctel intacto en la barra, a pocos metros, y furtivamente se dirigió hacia él.

—Le dije al Bardo Inmortal que incluso dictábamos cursos universitarios sobre Shakespeare.

—Yo dicto uno.

—Lo sé. Lo inscribí en ese curso nocturno precisamente. Nunca he visto a un hombre tan ávido de averiguar qué pensaba de él la posteridad como el pobre Will. Trabajó con empeño en ello.

—¿Ha inscrito a William Shakespeare en mi curso? —farfulló Robertson.

Aun como fantasía alcohólica la idea resultaba abrumadora. ¿Pero se trataba de una fantasía alcohólica? Recordaba vagamente a un hombre calvo y que hablaba de forma exótica...

—No con su verdadero nombre, por supuesto —le aclaró el doctor Welch—. No quiero ni pensar cómo lo pasó. Fue un error, eso es todo. Un gran error. Pobre diablo.

Se hizo con el cóctel y sacudió la cabeza ante la copa.

—¿Por qué fue un error? ¿Qué sucedió?

—Tuve que enviarlo de vuelta a 1600 —rugió el indignado Welch—. ¿Cuánta humillación cree usted que puede soportar un hombre?

—¿De qué humillación me habla?

El doctor Welch se liquidó el cóctel de un solo trago.

—Vaya, maldito patán. Usted lo suspendió.



ISAAC ASIMOV (1954)

El relato original (inglés)

domingo, mayo 07, 2006

· Tus palabras (p)


Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.

Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.


MANUEL ALTOLAGUIRRE

domingo, abril 09, 2006

· Los nadies (p)

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, lo dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

EDUARDO GALEANO

Image Hosted by ImageShack.us

jueves, febrero 09, 2006

· Una modesta proposición (e)

Título completo: “Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público”

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

(continuar leyendo)

Dublín, 1729

JONATHAN SWIFT

Ensayo original (inglés)

martes, enero 31, 2006

· El porqué de la cosa (p)


Miá, Celipe, ¡que gusto!, tres manojos
déspigas repañás en un instante;
dende misa mayor al meyodía,
tres manojos lo mesmo que tres jaces.

Y ná más. Tú trebaja,
que yo barro p´alantre
y presto jorraremos pa la suerte
los cuatro mil riales.

Y ná más. Que rechiflen y reguñan,
cavilando burrás los jolgazanes,
iciendo que los probes mueren jartos
de trebajo y de jambre;
¡ellos si que revientan de su rabia
lo mesmito qu´estrumpe un triquitraque!

¿Pero qué refunfuñas entre dientes?
¿Qué concojas te anúan el gaznate
que ni me palras, ni siquiá, Celipe,
te güerves pa mirame?

D´un periquete voy a ve´l puchero
y atrancar el postigo de la calle,
pa dispués que me siente en tus roillas
que no mus cija naide,
iciirte yo las cortas ocurrencias
de mis cortos arcances.

¡Ajajá! Celipillo, tú tiés argo,
tú no pués engañarme,
o el amo te miró con mala cara,
o bajó el manijero los jornales;
pero tú tienes argo, Celipillo,
argo que yo no pueo devinate
por más que me caliento la mollera
rebuscando el porqué de tus pesares.

Pero dame la cara, ¡por Dios hombre!;
dam´un beso y abrázame,
y dame un estrujon juerte, mu juerte,
pa ve si al estrujame
quié reventá de gorpe la vejiga
de jieles qu´avinagra tu caraite.

¿Es que gorvemos otra ves, Celipe,
a las mesmas junciones d´andenantes,
por qu´eres orgulloso y no te gusta
que tu mujé trebaje?

Es qu´aún no juyó de tu caletre
el resquemor que tiés que m´asolane
por dir a rebuscar a los rastrojos
las espigas de trigo? ¡Qué diantre!
Pos si es asín, t´amuelas, Celipillo,
que n´hay más qu´aguantase.

Descurre una mijina tan siquiera
pensando en esa cosa que tú sabes.
¡Ay, Celipillo, Celipillo tonto,
que p´al mes de Los Santos semos padres,
qu´hay que jorrar, ¡recontra!, pa la suerte
los cuatro mil riales,
qu´el corazón me ice qu´es un macho
lo que yo voy a dalte.

Un macho mu jorzúo, con agallas,
con genio, con reaños, con coraje;
más vivo que los vientos,
más listo que los frailes,
más duro que las piedras,
más güeno que los ángeles,
qu´ha de saber podar como su agüelo
y ha de saber segar como su padre.
Y será campusino mu castüo,
y será labraor, ¡que duda cabe!
pa labrar esa suerte que mercamos
con la yunta qu´habemus de mercale.

Päece que ya no gruñes, Celipillo,
páece que ya t´atreves a mirame,
y me jaces cosquillas con las barbas
de tanto como quieres arrimate...

¡Mi feuchillo! Si tú eres mu candongo,
dame un beso y abrázame,
pero a vel, cuidaito y no m´estrujes
que ya me tiés breá de cardenales,
y de fijo que via las estrellas
si mu juerte llegaras a estrujame.

Amos a ver, prencipia... ¡No seas burro!
¡Mia que chillo!... Prencipia cuanto antes.

- Yo te voy a jundir en una urnia,
cacho e cielo dorao de la tarde;
yo te voy a jundir en una urnia
pa que no te de´l aire.

- Güeno, las manos quietas, Celipillo;
amos a ser jormales.

- Yo te voy a comer esa boquina
una ves que t´arrimes pa besame,
y endispués de comía m´entapono
pa que no me s´escape.

- Mia, Celipe, si sigues burreando,
esta noche m´acuesto con mi madre.

- Porqu´eres tú lo mesmo de preciosa
que la Virgen del Carmen.

- Pos si tanto te gusto, venga, dime,
¿por qué refunfuñabas andenantes?
¿Por qué no me mirabas?
¿Qué ajogos agriaban tu caraite?

- Mis ajogos, mujé, no son pa dichos,
que no puén esplicase
manque yo m´embuchara más palraos
que tos los sacamuelas chalratanes.
Mis ajogos se cuajan aquí dentro
con negros cuajarones de mi sangre
que me´enturbian los ojos y me jieren
lo mesmo que si jueran dos puñales.
Y tú te tiés la curpa, ya lo ije.
Y tú por nuestro mozo, ya lo sabes.

Tú vas a espurgá las rastrojeras,
y entres días ajuntas cuatro jaces,
y contenta me vienes y me ices
que tú barres p´alantre.

Yo, que soy segaor, sé bien de cierto
que mu pocas espigas se me caen,
y yo duo si espurgas los rastrojos
o las cargas que pillas por delante.

Y eso ya no pué ser, esta es la jonra
que al muchacho tenemos que dejagle
más limpia que la cara de la Virgen,
más branca que la flo de los jarales,
y al que quiera manchala me lo jundo
manque sea su madre.

Y no jimples, que son feguraciones
y no jué mi decir pa molestase,
que bien pudo segar en esa suerte
por argún casual un prencipiante.

Y asín y tó no quiero qu´arrebusques
las migajas qu´algunos se le caen,
siquiera mientras lleves ahí metio
nuestro mozo, porqu´eso es enseñale
desde chico a doblar el espinazo
y a viví de las sobras de los grandes;
y asín saldrá sin juerzas, sin agallas,
sin brios, sin coraje
pa pescar el jocino y dir al corte
pa llevase a los hombres por delante.

Ya no güerves a di pa los rastrojos.
Ya no juntas más jaces,
qu´el muchacho no viene pa escurrajas
y me lo pués torcer con agachate.

Porque, mira, mujé, con esas cosas,
¿sabes tú lo que jaces?
Pos le plantas el jierro de los probes
que no lo borra naide.

LUIS CHAMIZO

jueves, enero 05, 2006

· Sueños (p)

Un ejército de sueños blancos y rojos galopa por el cielo, invisible y misterioso.
Las nubes y el viento van pasando y ordeno en ellos mis susurros y lamentos.
Son susurros de amor puro y lamentos de frío y soledad.

Y yo me quedo estacionado con mi cuerpo en estas sierras de nieves y de lumbres.
Mas mis sueños van contigo, viento fresco y nube algodonada.
Llevadme con vosotros a tierras agrietadas y a corazones de amor desatendidos.

Llevadme con vosotros a corazones de amor desatendidos
que quiero repartir en esos corazones este amor de invierno que me abrasa.
Y quiero dar mi luz a esos ojos cegados por la escarcha y el olvido.

Para la vuelta no os preocupéis amigo viento y nube blanca;
andaré solitario por veredas en la noche solitaria.
Comeré en cualquier camino frutos de sueños y hojas invisibles
y cualquier día volveré a ver pasar por mis sierras
con la lluvia, con la nube y con el viento
a mi ejército de sueños, aún errantes.












MANOLO CHINATO (Poesía Básica, Extrechinato y Tú)