miércoles, mayo 11, 2005

· Ser lo peor...

EDGAR:

Ser lo peor, lo más bajo y humillado de la suerte,
es tener una esperanza, vivir sin miedo.
El cambio doloroso es la caída;
de lo peor se va al júbilo. Con que, bienvenido,
aire inmaterial que ahora abrazo.
El desdichado al que empujaste a lo peor
no debe nada a tus ráfagas.

El Rey Lear, SHAKESPEARE

viernes, mayo 06, 2005

· Robbie

‑‑Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! ‑Gloria retiró su mórbido antebrazo de delante de los ojos y permaneció un momento parpadeando al sol. Después, tratando de mirar en todas direcciones a la vez, avanzó cautelosamente algunos pasos, apartándose del árbol contra el que se apoyaba.
Estiró el cuello, estudiando las posibilidades de unos matorrales que había a la derecha y se alejó unos pasos para tener mejor punto de vista
La calma era absoluta, a excepción del zumbido de los insectos y el gorjear de algún pájaro que afrontaba el sol de mediodía.
‑‑Apostaría a que se ha metido en casa, y le he dicho mil veces que esto no es leal ‑se quejó.
Avanzando los labios con un mohín y arrugando el entrecejo, se dirigió decididamente hacia el edificio de dos pisos del otro lado del camino.
Demasiado tarde oyó un crujido detrás de ella, seguido del claro "clump‑clump" de los pies metálicos de Robbie. Se volvió rápidamente para ver a su triunfante compañero salir de su escondrijo y echó a correr hacia el árbol a toda velocidad. Gloria chilló, desalentada.
‑‑¡Espera, Robbie! ¡Esto no es leal, Robbie! ¡Prometiste no salir hasta que te hubiese encontrado! ‑Sus diminutos pies no podían seguir las gigantescas zancadas de Robbie. Entonces, a tres metros de la meta, el paso de Robbie se redujo a un mero arrastrarse y Gloria, haciendo un esfuerzo final por alcanzarlo, echó a correr jadeante y llegó a tocar la corteza del árbol la primera.
Orgullosa, se volvió hacia el leal Robbie y con la más baja ingratitud, le recompensó su sacrificio mofándose de su incapacidad para correr.
‑‑¡Robbie no puede correr! ‑gritaba con toda la fuerza de su voz de ocho años‑. ¡Lo gano cada día! ¡Lo gano cada día! ‑cantaban las palabras con un ritmo infantil.
Robbie no contestó, desde luego... con palabras. Echó a correr, esquivando a Gloria cuando la niña estaba a punto de alcanzarlo, obligándola a describir círculos que iban estrechándose, con los brazos extendidos azotando el aire.
‑‑¡Robbie... estáte quieto! ‑gritaba. Y su risa salía estridente, acompañando las palabras.
Hasta que Robbie se volvió súbitamente y la agarró, haciéndole dar vueltas en el aire, de manera que durante un momento para ella el universo fue un vacío azulado y los verdes árboles que se elevaban del suelo hacia la bóveda celeste. Y después se encontró de nuevo sobre la hierba, al lado de la pierna de Robbie y agarrada todavía a un duro dedo de metal.
Al poco rato recobró la respiración. Trató inútilmente de arreglar su alborotado cabello con un gesto de vaga imitación de su madre y miró si su vestido se había desgarrado.
Golpeó con la mano la espalda de Robbie.
‑‑¡Mal muchacho! ¡Malo, malo! ¡Te pegaré!
Y Robbie se inclinaba, cubriéndose el rostro con las manos, de manera que ella tuvo que añadir: ‑‑¡No, no, Robbie! ¡No te pegaré!
Pero ahora me toca a mí esconderme, porque tienes las piernas más largas y me prometiste no correr hasta que te encontrase.
Robbie asintió con la cabeza ‑pequeño paralelepípedo de bordes y ángulos redondeados, sujeto a otro paralelepípedo más grande, que servía de torso, por medio de un corto cuello flexible‑ y obedientemente se puso de cara al árbol. Una delgada película de metal bajó sobre sus ojos relucientes y del interior de su cuerpo salió un acompasado tic‑tac.
‑‑Y ahora no mires, ni te saltes ningún número ‑le advirtió Gloria, mientras corría a esconderse.
Con invariable regularidad fueron transcurriendo los segundos, y al llegar a cien se levantaron los párpados y los ojos colorados de Robbie inspeccionaron los alrededores. Al instante se fijaron en un trozo de tela de color que salía de detrás de una roca. Avanzó algunos pasos y se convenció de que era Gloria.
Lentamente, manteniéndose entre Gloria y el árbol‑meta, avanzó hacia el escondrijo, y, cuando Gloria estuvo plenamente a la vista y no pudo dudar de haber sido descubierta, tendió un brazo hacia ella, y se golpeó con el otro la pierna, produciendo un ruido metálico. Gloria salió, contrariada.
‑‑¡Has mirado! ‑exclamó con neta deslealtad‑. Además, estoy cansada de jugar al escondite. Quiero que me lleves a paseo.
Pero Robbie estaba ofendido de la injusta acusación, y, sentándose cautelosamente, movió la cabeza contrariado de un lado a otro.
Gloria cambió de tono, adoptando una gentil zalamería.
‑‑Vamos, Robbie, no lo he dicho en serio, que mirases. Llévame a paseo.
Pero Robbie no era tan fácil de conquistar. Miró fijamente al cielo y siguió moviendo negativamente la cabeza, obstinado.
‑‑¡Por favor, Robbie, llévame a paseo! ‑Rodeó su cuello con sus rosados brazos y estrechó su presa. Después cambiando repentinamente de humor, se apartó de él‑. Si no me das un paseo, voy a llorar. ‑Y su rostro hizo una mueca, dispuesta a cumplir su amenaza... (Seguir leyendo)

ISAAC ASIMOV (Yo, robot)

miércoles, mayo 04, 2005

· De sabio, poeta y loco (P)

Algo de sabio, de poeta, de loco
y de músico, de amigo, de idiota
de amante, de miedo, de compatriota,
de niño, tengo de todos un poco.

De loco, sobre todo de locura,
los corazones sanos se doctoran
porque sólo los locos se enamoran,
guarda luto apenado la cordura.

De sabio, sólo sé que no sé nada
callando la sabiduría elijo
solo los necios la creen encontrada.

De poeta, en su letra busco cobijo
que de poesía mi alma esta poblada
sueño el sueño que de ella soy hijo.

JAVIER LÓPEZ-AYALA HUERTAS