lunes, diciembre 26, 2005

· Musa traviesa (p)


¿Mi musa? Es un diablillo
con alas de ángel.
¡Ah, musilla traviesa,
qué vuelo trae!

Yo suelo, caballero
en sueños graves,
cabalgar horas luengas
sobre los aires.
Me entro en nubes rosadas
bajo a hondos mares,
y en los senos eternos
hago viajes.
Allí asisto a la inmensa
boda inefable,
y en los talleres huelgo
de la luz madre;
¡Y con ella es la oscura
vida, radiante,
y a mis ojos los antros
¡son, nidos de ángeles!
Al viajero del cielo,
¿Qué el mundo frágil?
Pues ¿no saben los hombres
qué encargo traen?
¡Rasgarse el bravo pecho,
vaciar su sangre,
y andar, andar heridos,
muy largo el valle,
roto el cuerpo en harapos,
los pies en carne,
hasta dar sonriendo
—¡No en tierra!— exánimes!
Y entonces sus talleres
la luz les abre,
y ven lo que yo veo:
¿Qué el mundo frágil?
Seres hay de montaña,
seres de valle,
y seres de pantanos
y lodazales.

De mis sueños desciendo,
volando vanse,
y en papel amarillo
cuento el viaje.
Contándolo me inunda
un gozo grave;
y cual si el monte alegre,
queriendo holgarse,
al alba enamorando
con voces ágiles,
sus hilillos sonoros
desanudarse,
y salpicando riscos,
labrando esmaltes,
refrescando sedientas
cálidas cauces,
echáralos risueños
por falda y valle;
así al alba del alma
regocijándose,
mi espíritu encendido
me echa a raudales
por las mejillas secas
lágrimas suaves.
Me siento cual si en magno
templo oficiase;
cual si mi alma por mirra
vertiese al aire;
cual si en mi hombro surgieran
fuerzas de Atlante,
cual si el sol en mi seno
la luz fraguase;
y estallo, hiervo, vibro;
¡alas me nacen!

Suavemente la puerta
del cuarto se abre,
y éntranse a él gozosos
luz, risas, aire.
Al par da el sol en mi alma
¡por la puerta se ha entrado
y en los cristales:
mi diablo ángel!
¿Qué fue de aquellos sueños,
de mi viaje,
del papel amarillo,
de llanto suave?
Cual si de mariposas,
tras gran combate,
volaran alas de oro
por tierra y aire,
así vuelan las hojas
do cuento el trance.
Hala acá el travesuelo
mi paño árabe;
allá monta en el lomo
de su incunable;
un carcax con mis plumas
fabrica y átase;
un sílex persiguiendo
vuelca un estante,
y ¡allá ruedan por tierra
versillos frágiles,
brumosos pensadores,
lópeos galanes!
de águilas diminutas
puéblase el aire:
¡Son las ideas, que ascienden,
rotas sus cárceles!

Del muro arranca, y cíñese,
indio plumaje:
aquella que me dieron
de oro brillante,
pluma, a marcar nacida
frentes infames,
de su caja de seda
saca, y la blande;
del sol a los requiebros
brilla el plumaje,
que baña en áureas tintas
su audaz semblante.
De ambos lados el rubio
cabello al aire,
a mi súbito viénese
a que lo abrace.
De beso en beso escala
mi mesa frágil;
¡Oh, Jacob, mariposa,
Ismaelillo, ¡árabe!
¿Qué ha de haber que me guste
como mirarle
de entre polvo de libros
surgir radiante,
y, en vez de acero, verle
de pluma armarse,
y buscar en mis brazos
tregua al combate?
Venga, venga. Ismaelillo:
¡La mesa asalte,
y por los anchos pliegues
del paño árabe
en rota vergonzosa
mis libros lance,
y siéntese magnífico
sobre el desastre,
y muéstrese sonriendo,
roto el encaje,
—¡Qué encaje no se rompe
en el combate!—
Su cuello, en que la risa
gruesa onda hace!
¡Venga, y por cauce nuevo
mi vida lance,
y a mis manos la vieja
péñola arranque,
y del vaso manchado
la tinta vacié!
¡Vaso puro de nácar:
dame a que harte
esta sed de pureza
los labios cánsame!
¿Son éstas que lo envuelven
carnes, o nácares?
La risa, como en taza
de ónice árabe,
en su incólume seno
bulle triunfante:
¡Hete aquí, hueso pálido,
vivo y durable!
¡Hijo soy de mi hijo!
¡Él me rehace!

¡Pudiera yo, hijo mío,
quebrando el Arte
Universal, muriendo,
mis años dándote,
envejecerte súbito,
la vida ahorrarte!
Mas no ¡que no verías
en horas graves
entrar el sol al alma
y a los cristales!
Hierva en tu seno puro
risa sonante;
rueden pliegues abajo
libros exangües;
sube, Jacob alegre,
la escala suave;
ven, y de beso en beso
mi mesa asaltes:
¡Pues ésa es mi musilla,
mi diablo ángel!
¡Ah, musilla traviesa,
qué vuelo trae!


JOSÉ MARTÍ

viernes, diciembre 16, 2005

· Apurrúñame (c)

Pa `yez kuit pell arc`han
Poan braz `meus em c`halon
Pa `nout ket amañ
Nellan `mui tennañ va alan
Re vraz eo ar vank
Pa `yez kuit pell arc`han

LA FAMILIA ISKARIOTE

Diccionario Bretón-Francés


viernes, diciembre 09, 2005

· La isla desconocida


Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado.

Sin embargo, en el caso del hombre que quería un barco, las cosas no ocurrieron así. Cuando la mujer de la limpieza le preguntó por el resquicio de la puerta, Y tú qué quieres, el hombre, en vez de pedir, como era la costumbre de todos, un título, una condecoración, o simplemente dinero, respondió. Quiero hablar con el rey, Ya sabes que el rey no puede venir, está en la puerta de los obsequios, respondió la mujer, Pues entonces ve y dile que no me iré de aquí hasta que él venga personalmente para saber lo que quiero, remató el hombre, y se tumbó todo lo largo que era en el rellano, tapándose con una manta porque hacía frío. Entrar y salir sólo pasándole por encima. Ahora, bien, esto suponía un enorme problema, si tenemos en consideración que, de acuerdo con la pragmática de las puertas, sólo se puede atender a un suplicante cada vez, de donde resulta que mientras haya alguien esperando una respuesta, ninguna otra persona podrá aproximarse para exponer sus necesidades o sus ambiciones. A primera vista, quien ganaba con este artículo del reglamento era el rey, puesto que al ser menos numerosa la gente que venía a incomodarlo con lamentos, más tiempo tenía, y más sosiego, para recibir, contemplar y guardar los obsequios. A segunda vista, sin embargo, el rey perdía, y mucho, porque las protestas públicas, al notarse que la respuesta tardaba más de lo que era justo, aumentaban gravemente el descontento social, lo que, a su vez, tenía inmediatas y negativas consecuencias en el flujo de obsequios. En el caso que estamos narrando, el resultado de la ponderación entre los beneficios y los perjuicios fue que el rey, al cabo de tres días, y en real persona, se acercó a la puerta de las peticiones, para saber lo que quería el entrometido que se había negado a encaminar el requerimiento por las pertinentes vías burocráticas. Abre la puerta, dijo el rey a la mujer de la limpieza, y ella preguntó, Toda o sólo un poco.

El rey dudó durante un instante, verdaderamente no le gustaba mucho exponerse a los aires de la calle, pero después reflexionó que parecería mal, aparte de ser indigno de su majestad, hablar con un súbdito a través de una rendija, como si le tuviese miedo, sobre todo asistiendo al coloquio la mujer de la limpieza, que luego iría por ahí diciendo Dios sabe qué, De par en par, ordenó. El hombre que quería un barco se levantó del suelo cuando comenzó a oír los ruidos de los cerrojos, enrolló la manta y se puso a esperar. Estas señales de que finalmente alguien atendería y que por tanto el lugar pronto quedaría desocupado, hicieron aproximarse a la puerta a unos cuantos aspirantes a la liberalidad del trono que andaban por allí, prontos para asaltar el puesto apenas quedase vacío. La inopinada aparición del rey (nunca una tal cosa había sucedido desde que usaba corona en la cabeza) causó una sorpresa desmedida, no sólo a los dichos candidatos, sino también entre la vecindad que, atraída por el alborozo repentino, se asomó a las ventanas de las casas, en el otro lado de la calle. La única persona que no se sorprendió fue el hombre que vino a pedir un barco. Calculaba él, y acertó en la previsión, que el rey, aunque tardase tres días, acabaría sintiendo la curiosidad de ver la cara de quien, nada más y nada menos, con notable atrevimiento, lo había mandado llamar. Dividido entre la curiosidad irreprimible y el desagrado de ver tantas personas juntas, el rey, con el peor de los modos, preguntó tres preguntas seguidas, Tú qué quieres, Por qué no dijiste lo que querías, Te crees que no tengo nada más que hacer, pero el hombre sólo respondió a la primera pregunta, Dame un barco, dijo. El asombro dejó al rey hasta tal punto desconcertado que la mujer de la limpieza se vio obligada a acercarle una silla de enea, la misma en que ella se sentaba cuando necesitaba trabajar con el hilo y la aguja, pues, además de la limpieza, tenía también la responsabilidad de algunas tareas menores de costura en el palacio, como zurcir las medias de los pajes. Mal sentado, porque la silla de enea era mucho más baja que el trono, el rey buscaba la mejor manera de acomodar las piernas, ora encogiéndolas, ora extendiéndolas para los lados, mientras el hombre que quería un barco esperaba con paciencia la pregunta que seguiría, Y tú para qué quieres un barco, si puede saberse, fue lo que el rey preguntó cuando finalmente se dio por instalado con sufrible comodidad en la silla de la mujer de la limpieza, Para buscar la isla desconocida, respondió el hombre. Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas, Están todas en los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida, A quién has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora más serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quién eres para que yo te lo dé, Y tú quién eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos nada eres, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas, (continuar leyendo)

JOSÉ SARAMAGO, 2001

El cuento original, O Conto da Ilha Desconhecida (portugués)

martes, diciembre 06, 2005

· Oh Capitán, mi Capitán (p)

Oh Capitán, mi Capitán:
nuestro azaroso viaje ha terminado.
Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
Ya el puerto se halla próximo,ya se oye la campana
y ver se puede el pueblo que entre vítores,
con la mirada sigue la nao soberana.

Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,
cómo los hilos rojos van rodando
sobre el puente en el cual mi Capitán
permanece extendido, helado y muerto?

Oh Capitán, mi Capitán:
levántate aguerrido y escucha cual te llaman
tropeles de campanas.
Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.

Por ti la multitud se arremolina,
por ti llora, por ti su alma llamea
y la mirada ansiosa, con verte, se recrea.

Oh Capitán, ¡mi Padre amado!
Voy mi brazo a poner sobre tu cuello.
Es sólo una ilusión que en este puente
te encuentres extendido, helado y muerto.

Mi padre no responde.
Sus labios no se mueven.
Está pálido, pálido. Casi sin pulso, inerte.
No puede ya animarle mi ansioso brazo fuerte.
Anclada está la nave: su ruta ha concluido.
Feliz entra en el puerto de vuelta de su viaje.
La nave ya ha vencido la furia del oleaje.
Oh playas, alegraos; sonad, claras campanas
en tanto que camino con paso triste, incierto,
por el puente do está mi Capitán
para siempre extendido, helado y muerto.

WALT WHITMAN