martes, abril 19, 2005

· El vampiro, Señor de la noche y de las sombras


Era un calabozo húmedo y frío, Lord Vinhelm sabía que en esa parte del castillo lo encontraría. Descendió uno a uno los peldaños de la derruida escalera de caracol que lo llevaría a la cripta secreta de la familia. Él era el único sobreviviente del grupo que atacó el castillo en la mañana. Sus compañeros habían muerto en la pelea con los guardias, los siervos de la bestia a la que venían a destruir.
Estaba solo.
El miedo recorrió todo su cuerpo. —¡Maldita sea!— exclamó. No había razón para temer, sabía dónde se ocultaba el monstruoso ser y lo destruiría, sólo era cuestión de llegar lo más rápido posible. Lord Vinhelm sacó el reloj de su bolsillo, lo consultó y suspiró; habían tardado mucho en la pelea y la bestia despertaría en poco tiempo.
Al bajar el último peldaño avanzó cautelosamente por el pasillo que lo llevaría a su presa. Abrió la bolsa que tenía a su costado y se colocó en el cuello una corona de ajos, tomó el martillo y la estaca preparándose para enfrentar a su destino, pero lo único que le daba seguridad era saber que el crucifijo de plata de su familia descansaba sobre su pecho.
La puerta de entrada a la cripta era vieja y tenía la cara de un dragón, el símbolo del amo. La empujó y entró.
Se extrañó de encontrar iluminada la estancia: una gran bóveda con candelabros colgando del techo, con cuadros que representaban a los antiguos nobles que habitaron el castillo, varias mesas llenas de pociones y libreros repletos de tomos antiguos de magia negra. Lord Vinhelm respiró con dificultad. En el otro extremo de la habitación vio una puerta, seguramente al otro lado dormía su enemigo.
El cuarto que estaba detrás de la puerta era húmedo y frío. Lord Vinhelm no veía nada, pero luego de un momento sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio a la bestia. Estaba despierto, elegantemente vestido y con una sonrisa burlona lo miraba fijamente.
—Has llegado más lejos de lo que creí.
—¡Tus días han llegado a su fin!— gritó Lord Vinhelm.
—En realidad, no sé cómo vas a lograrlo.
—Hundiré la estaca en tu pecho, luego cortaré tu cabeza y sacaré tu corazón para quemarlo.
—Excelente idea..., si me hubieras encontrado dormido.
El repulsivo ser se acercaba mirándolo fijamente, Lord Vinhelm retrocedió horrorizado. Todavía no se ponía el sol, ¿por qué estaba despierto?
—¿Sorprendido? No todos los de mi especie somos de hábitos nocturnos.
—Pero, los libros...— tartamudeó Lord Vinhelm.
—Cuentos para asustar a los niños, Vinhelm.
El martillo y la estaca resbalaron de sus manos temblorosas. Tomó de su pecho el crucifijo de plata de sus antepasados, su única arma contra la bestia. Lo extendió con firmeza ante él.
Vinhelm —dijo el vampiro con calma—, realmente es una pena que hayas recorrido tanto camino para saber que a un budista no le interesa tu dios cristiano y que además... me gusta el ajo.
Lord Vinhelm, el gran cazador, descubrió, demasiado tarde, que no conocía nada de la naturaleza del vampiro y que ahora él se había convertido en su presa.


El vampiro..., la bestia..., el que no debe ser nombrado..., el cazador. Un personaje enigmático y agradable al que todos adoramos, tememos y, finalmente, queremos destruir, ¿con una estaca?, ¿una daga de plata?, ¿un símbolo religioso? Sería muy engreído de nuestra parte exigirle al vampiro que comulgue con nuestra fe para destruirlo con un crucifijo. Finalmente, él tiene todo el derecho de ser budista, sintoísta, judío, musulmán o, simplemente, ateo.

RAMÓN LÓPEZ VALDEÑA

No hay comentarios: