martes, abril 26, 2005

· La resucitó

-No me gusta cuando callas, quizás, porque, razón no le falta al poeta, estás como ausente. A pesar de la cercanía ya veo el mundo que quieres que nos separe. Y no me importa. Te quiero e iré donde tu vayas. No soporto la idea de volver a una vida sin ti, sin tu sonrisa, sin tus besos. ¿Ves cómo no me gusta cuando callas?. Porque este silencio que ahora nos envuelve rompe todos los años vividos. Todo un pasado que queda hecho trizas delante de tus ojos y de mis lágrimas. Ya no te conozco, es cierto. Y sin embargo, yo sigo siendo el mismo. El de entonces, el chico tímido, que asustado, no paraba de hablar. Y se le enredaban las palabras porque su corazón iba más rápido. Y tú, aquella mujer segura, de larga cabellera negra, de gruesos labios. De mirada inquietante que disfrutaba viendo en apuros a este enamorado. Aquella que divertida, me dijo sí quiero tras preguntar en un café, una tarde de domingo. Aquella, que divertida, rió poco después, cuando del sobresalto, se me cayó la bebida encima. Siempre fui, por ti, bombeando al doscientos por cien y siempre pensé que iba despacio.

-Hoy, sin embargo, noto rápidos los latidos. Apenas treinta o cuarenta pulsaciones por minuto. Latir, lo que se dice latir, laten. Respirar, lo que se dice respirar, respiro. Vivir, lo que se dice vivir, vivo por compromiso.

-No quiero una rutina de prestado. Una cama grande y fría donde perderme. Porque no quiero perderme sino es sobre tu cuerpo desnudo. Porque no quiero oír, como ahora oigo, el eco sordo de mis pasos.

-Te quiero. Te lo repetiré cuantas veces hagan falta. E iré donde vayas y si es muerto, como quieres verme, muerto estaré en breve, porque la vida sin ti se me antoja eterna. Porque las losas que te cubren sean también mis losas. Porque en este cementerio pase una eternidad a tu lado.

Apenas quedaba luz así que no perdió más tiempo. Desenfundó con presteza el puñal. Antes se había asegurado de que el camposanto estaba vacío de vivos. Alzó el brazo hoja en mano. Apretó los dientes y dejó caer con decisión el puño. Pasaron infinidad de imágenes por su mente. Cerró los ojos. . Uno, dos… Segundos que se antojaban eternos. Tres, cuatro…

De repente, una mano le detuvo. Abrió los ojos.
-¡No!.... ¡No!.
Su corazón aceleró el ritmo cardíaco... 100, 115, ¡130 pulsaciones!.
Su cuerpo tembló. La mirada de aquel ser traspasó su alma. Su brazo, duro, gélido, inmovilizó el movimiento de la muñeca. No podía gritar. Su garganta había enmudecido de terror.
- ¿Crees acaso que tu muerte es la solución?, le preguntó aquella criatura. Cogió su puñal y cerrando sus manos lo redujo a cenizas.
Ante él, un ángel de piedra esperaba pacientemente su respuesta. Uno de aquellos ángeles que decoraban algunas de las tumbas que por allí se encontraban.
Edmundo tardó un par de minutos en contestar. El miedo bloqueaba su cerebro.
- Sin ella… no se vivir, respondió por fin
- Yo no quiero verte muerto, contestó una voz.
- ¡María!. ¡María!. ¿Dónde estás?.
- Estoy aquí, amor mío.
Una repentina brisa agitó las copas de los árboles de alrededor.
- ¡María!. Te escucho y sin embargo no puedo verte.
- Sí que puedes. No estoy muerta del todo.
- ¿Qué quieres decir?.
- Busca en tu interior, sabes que es verdad. Estoy a tu lado más que antes, amor mío. El oxígeno que consumes soy yo. El aire frío que sientes en las mañanas de invierno, soy yo. El agua que bebes, soy yo también. He vuelto a la tierra, cariño. Ésta es la verdadera resurrección.
- Pero…pero
- Cuando morís, continuó el ángel, os convertís en polvo, eso es cierto. Esas diminutas partículas se funden con la tierra y cobran mayor o menor fuerza dependiendo de cuanto hayáis amado.
- ¿Cómo?
- Por eso, la furia desatada de la naturaleza, no es ni más ni menos que el odio. El rencor y la soberbia de todos aquellos que no supieron o quisieron amar.
- La tierra es un planeta vivo, cariño.
- ¿Quieres decir, María, que cuando yo muera, dependiendo de lo que haya amado, puedo influir positiva o negativamente?
- Exacto Edmundo. Te pido, por favor, que sigas amando. Que no hagas lo que ibas a hacer. Porque yo sigo presente, bajo otra forma, pero presente, siempre a tu lado. Preserva y cuida, engrandece el amor que nos une. Cuando fallezcas, entonces, todo ese amor que has sentido, todo ese amor que has dado, se transformará en lluvia frente a la sequía, en oxígeno y luz para las plantas. En frutos que darán los campos.
- Compréndelo Edmundo, le dijo el ángel. Por cada persona que ame, la naturaleza seguirá su ciclo natural.
Pensativo. Meditabundo. Oyó cantar al ruiseñor fuera de los muros. Estaba escuchando la vida.
-¿Merece la pena?, preguntó a los árboles.
Al instante el cielo se ennegreció y despertó una formidable tormenta con brillantes relámpagos. Uno de ellos dio en una lápida contigua a donde ellos estaban. La partió en dos.
- Ahí tienes tu respuesta Edmundo. He aquí el lamento de aquellos que no lo hicieron. Ama, amigo mío. Ama y resucitarás de tu propio dolor. De tu propia muerte. Somos pura energía, acuérdate. Y esa energía no se destruye, sólo se transforma.
Edmundo miró hacia arriba por un momento. Cuando bajó la vista, el ángel había desaparecido. Miró alrededor. Nada. Fue corriendo hasta la tumba donde se encontraba su mujer. Se agachó. Tocó el nombre dorado escrito sobre el mármol y con las yemas de sus dedos trazó un Te amo. Cesaron los truenos. Seguiría viviendo, está bien. Porque ahora la sentiría a su lado, como siempre, tan cerca, como de costumbre.
Siguió sonriendo mientras un médico le inyectaba el tranquilizante. Ahora tenía una excusa para no volverse loco.

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KAMAWOOKIE

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